Literatura y fotografía.

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sábado, 23 de octubre de 2010

Fui a buscar a Dios


FUI A BUSCAR A DIOS Y… ¡SI, LO ENCONTRÉ!

      ¡Sí, yo quería encontrar a Dios…!, quería verlo… tenía que hablar con él. Lo busqué en mi hogar, en la calle, en la oficina… y hasta me llegué a una iglesia, a donde decían que Él se encontraba, pero no lo vi… no lo vi, no estaba ahí.
      Salí de la ciudad y me fui al campo; llegué a un jardín repleto de flores, ¡cuántos colores! ¡cuánta belleza!; aquí debía estar Dios, pero no estaba ahí.- Allá, algo lejos, había unos árboles, me acerqué a ellos, haber si entre todos ellos encontraba a Dios. Me llamó la atención ver en una rama a un jilguero, entonando un melodioso canto y… tal parece que a gritos me decía: ¡yo soy Dios!; pero no, era simplemente un pájaro.
      Caminé y fui subiendo a una montaña, para estar más cerca del cielo y así poder encontrar a Dios; pero, sólo vi surcar los aires a un esbelto gavilán; y allá, más lejos, a un enclenque zopilote. No había más, y esas aves, no podían ser Dios. – Saltando velozmente entre los matorrales, observé a un conejillo que huía de una serpiente que, retorciéndose sobre la tierra floja, hacía un perfecto zigzag.
      Pero… no puedo distraer más mi tiempo; yo ando buscando a Dios y aquí no lo puedo encontrar. El día ya empieza a acabarse; el sol poco a poco se oculta tras una lejana montaña; las nubes muy cerca del sol, empiezan a ponerse más blancas que lo más blanco; y todavía más cerca del sol, deslumbrantes colores entre un gris que se fue tirando poco a poco a negro, y unos rojos que cegaban la vista por su hermosa brillantez.
      Ante tanta belleza, mis ojos se humedecieron de emoción; y pensé, quizá allá detrás de esa enorme montaña se encuentre Dios; pero, me falta tiempo para llegar a Él. – De allá, del poniente, llegó a mí el céfiro de la tarde y un sutil soplo acarició mi rostro… ¿será acaso un mensaje de Dios? , pero… ¿Él, dónde está?. Levanté la vista al cielo y empezaron a aparecer luceros; muchos, cientos, miles… ¡maravilloso espectáculo! que enjutó mi corazón.
      Y así, regresaba yo a mi hogar, cuando, por lo oscuro de la tarde, de pronto tropecé con una piedra, y al caer, las manos de un anciano me detuvieron diciendo: el Dios que tú buscas te ha acompañado todo el día; porque, Él eres tú y tus buenas acciones; y el anciano siguió su camino.
      Lleno de alegría, comprendí a Dios en el anciano; y me sentí feliz y satisfecho de haber encontrado a Dios.
                                                    Profr. Eladio Alvarado Ávila

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