Soy un perro con el nombre de Sultán; llamado así por voluntad de mis amos. Yo no se hablar, y por eso dicen que no pienso, pero; recuerdo perfectamente todos los detalles de mi vida desde que nací, hasta este momento de mi vejez. Veo y oigo con más agudeza que el hombre; reúno cualidades que no tiene el ser humano; se amar y se sentir la tristeza.
Mi madre era una perra de raza Pastor Alemán; vivía en una casa de personas adineradas; yo nací acompañado de cuatro hermanos; la gente decía que éramos muy hermosos. La niña menor de mis amos me puso por nombre Sultán y yo fui su consentido, con sus manitas aterciopeladas me hacía caricias y yo las lamía porque sentía mucha felicidad.
Mi madre y mis hermanos retozábamos en el pasto de esos elegantes jardines. Cuando dejé de mamar, la comida que nos daban era deliciosa y abundante. Y así, corrieron los días, semanas y meses; pero un día, se terminó mi felicidad. Dijo mi ama, la dueña de la casa, que ya era mucha la molestia que le causábamos. Y nos regaló a mí y tres hermanos más.
De ellos, no se que suerte tendrían, pero a mí me fue muy mal; fui regalado a una de las sirvientas, quien a su vez, me regaló a una señora demasiado humilde, que tenía varios hijos; ellos, a un principio, me recibieron bien; pero, el cambio en mi vida fue de asombro y dolor. Las caricias a las que estaba acostumbrado, se volvieron golpes de los muchachos que jugaban conmigo. Me botaban de manos a manos y varias veces caí al suelo; cuando chillaba de dolor, me correteaban y yo espantado me metía en un cajón viejo que me servía para dormir, y que estaba en una terraza llena de basura y malos olores. La buena comida a la que estaba acostumbrado, se convirtió por tortillas remojadas en un caldo de sobras de la comida de ellos.
Así, lleno de tristeza, pasaron los días y meses; mis desechos orgánicos se amontonaron en un rincón, hasta que un día, a patadas me echaron a la calle. Sin embargo, yo insistía en entrar y me quedaba a un lado de la puerta de entrada. Pero ellos, al entrar o salir, me correteaban para alejarme de su casa. No soportando el hambre; empecé a caminar algunas calles espantado, pues no conocía lo que era estar fuera de casa. Seguía a algunas personas, buscando consuelo, y esperando que alguien aunque sea me mirara, pero todos me espantaban. Corrí varias calles esquivando coches que fueron novedad para mí.
Muerto de hambre, al fin encontré un muladar en un terreno baldío, ahí logré comer no se que cosa, pero de muy mal olor y lleno de tierra. Fui aprendiendo y seguí buscando muladares para mitigar el hambre. Dormía en los quicios de las puertas, y gracias a que todavía era joven, resistía los fríos del invierno. Después de algunos días de vagar, en un gran tiradero de basura, me encontré con varios de mis semejantes, me acerqué a ellos con gusto queriendo hacer amistad, pero, a mordidas se me echaron encima, y aunque chillé y chillé queriendo correr, nada puede hacer y me dejaron tirado todo adolorido y mordisqueado.
Lleno de dolor, tristeza y hambre, seguí con esta vida y así pasaron los días, los meses y los años. Cansado y debilitado por mi vejez y mala vida, un día me atropelló un coche y me quedé tirado con una pata rota; arrastrándome me acerqué a una puerta y después de unos días, empecé a caminar cojeando y con mucha dificultad. La gente en lugar de compadecerme, por mi flaqueza, pues tenía varios días de no comer, me espantaba, y hubo un chamaco que hasta una patada me dio.
Nadie de los humanos comprenderá, el sufrimiento con que pagué los pocos meses de felicidad, que pasé en la casa de los ricos donde nací.
Varios años pasaron, hasta que al fin, flaco y con una pata rota, fui recogido por una red y amarrado con mecates, unos hombres me subieron a una camioneta en donde estaban otros perros. Nos llevaron a una perrera, y ahí, todos tristes y ya moribundos, estamos esperando que nos maten, para ser comida de los leones que están en un zoológico. Así pasaron mis 15 años de vida y ahora, deseo la muerte, ojalá sea pronto y este sea mi último dolor.
A MODO DE MORALEJA.
Amigo lector, así como fue la vida del Sultán, aunque usted no lo crea, así existen varios de nuestros semejantes. Nosotros los llamamos “pordioseros”, “mendigos”, “indigentes o limosneros”. Estoy seguro que algunos sufren más de lo que sufrió el "Sultán", pero, por su ignorancia y la indiferencia de nosotros y las autoridades, nadie puede remediar su situación.
Hace unos meses, uno de los hombres más ricos del mundo, recibió honores de las autoridades por su riqueza que él mismo ignora a cuánto llega. Y así como ese rico hay tantos y tantos que dicen que el pobre es pobre por tonto, y si algunos sufren, como lo que sufrió "El Sultán", es por voluntad de Dios.
Pero esos ricos adoradores del poder hartados de vanidad, así como los funcionarios públicos, que ambicionan los puestos políticos para sus conveniencias personales, pagarán por su falta de amor a sus semejantes. La Ley de Compensación es infalible, todo se comprensa, lo bueno y lo malo. Por lo regular el ser humano hace más cosas malas que buenas; y, no nos damos cuenta de esa compensación, porque también interviene el karma de cada persona por los actos efectuados en fechas anteriores. Una enfermedad, un fracaso, un dolor de cabeza y hasta un tropezón, son motivo de un pago, así como un gusto, un triunfo y hasta una sonrisa, son motivo de una compensación por una buena acción o un buen pensamiento. Todo se paga o se premia, ahora o más tarde porque la Ley Divina es infalible.
Prof.. Eladio Alvarado Ávila
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